Beteta se eleva en su atalaya de piedra, cuyo Castillo de Rochafrida en la cima parece formar parte de la erosión de la roca y, en la falda, la población yace con su colección de tesoros. La iglesia parroquial de La Asunción es un templo gótico del s.XV, construido en piedra caliza, con portada plateresca y planta de tres naves. La Plaza Mayor, porticada en uno de sus lados, es un excelente ejemplo de la arquitectura conquense. A las afueras, la Ermita de la Virgen de la Rosa del siglo XVII con un porche que parapeta los aires serranos y, en las cercanías, unas aguas teñidas de rojo por su abundancia en hierro.
Pero es, sin duda, el entorno natural lo que envuelve a Beteta en belleza y encanto. La Hoz de Beteta, a un paseo del pueblo, es un sobrecogedor escenario que la naturaleza ha esculpido en la roca y trazo de la cuenca. El Guadiela quiebra el terreno formando un cañón fluvial donde el paisaje se enseñorea de belleza y espectáculo. Este estrecho pasillo del río, con paredes de más de 80 metros, transita durante unos seis kilómetros por esa brecha que a su paso puebla de jardín natural su entorno.
Otra hoz, otro río, otro milagro del paisaje y su contenido, nos espera a pocos kilómetros en el Real Sitio de Solán de Cabras. Desde el siglo XVII las gentes acudían a tomar las aguas a este bellísimo lugar. Al llegar noticia a la corte de Carlos III, se construyó el balneario, que sigue existiendo en la actualidad. El agua paga al visitante no sólo con la bondad de sus propiedades, sino con lo que aporta al paisaje en caídas, cascadas, riachuelos… y otras manifestaciones de su fuerza, como la potencia de su flora y la riqueza de su suelo.
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