La segunda sede de la Colección Roberto Polo. Centro de Arte Moderno y Contemporáneo de Castilla-La Mancha (CORPO) se ubica temporalmente en la antigua iglesia de Santa Cruz (s. XVI) y se proyecta su emplazamiento definitivo en el castillo de Cuenca, que hoy ocupa el Archivo Provincial, en un plazo que podría prorrogarse hasta finalizado el año 2023.
La instalación museográfica de Cuenca, si bien no sigue un orden estrictamente cronológico, comienza con un interesante apunte pictórico del siglo XIX que es antecedente de lo que a continuación se va a desarrollar, y que en concreto viene representado por obras de Eugène Delacroix, John Atkinson Grimshaw, Félicien Rops, Alexandre Séon, Joseph Granié y Edgar Degas.
El nudo gordiano sin embargo, como sucede en la sede de Toledo, porque tal es el espíritu que anima esta colección, gira en torno a los movimientos de la vanguardia europea de principios del siglo XX. Una pléyade de relevantes artistas de estas vanguardias históricas están presentes en los fondos permanentes de CORPO en Cuenca, muchos de los cuales, pese al papel fundamental que jugaron en la historia del arte y pese a encontrarse en los fondos de los más destacados museos internacionales, no se habían expuesto hasta ahora en España. Creadores fundamentales para entender el arte del siglo XX en adelante, como fueron Koloman Moser, Josef Hoffmann, Wilhelm Wagenfeld, Henry van de Velde, Eileen Gray, Gerrit Thomas Rietveld, Theo van Doesburg, Johannes Itten, Paul Joostens, Georges Vantongerloo, Friedrich Vordemberge-Gildewart, Marthe Donas, Pierre-Louis Flouquet, Victor Servranckx, Ivan Kliun o Marc Eemans. La aportación española se concreta en una icónica obra en papel de Pablo Picasso.
El espíritu vanguardista que impregna esta sede de Cuenca gira en torno al visionario concepto de Henry van de Velde quien, en la última década del XIX, se refirió a la Gesamtkunstwerk (obra de arte total) en la que su fundirían todas las formas de expresión artística de modo interdisciplinario. Consecuentemente, además de pintura, escultura, fotografía y assemblage, el público puede disfrutar de una muy didáctica selección de obras de arte aplicado o diseño. Son todas ellas piezas históricas y emblemáticas de un tiempo en el que las artes se revelan ignorando las fronteras que hasta entonces les separaban entre sí e incluso de la artesanía, transformando los objetos cotidianos en obras de diseño o arte aplicado a todo aquello que configura nuestra vida, desde una casa a una joya, un mueble o un jarrón.
Antes de alcanzar su punto final, el recorrido museístico en la sede de Cuenca nos alza a la segunda altura, que ocupaba el coro de la antigua iglesia, para ofrecer una muestra de escultura y fotografía contemporáneas, y rematar en una sala dedicada a la abstracción, en homenaje a Cuenca, proyectado su abrupto paisaje desde un amplio vano en la pared como telón de fondo. Porque es voluntad personal del coleccionista Roberto Polo “poner especial énfasis en la abstracción, estableciendo un paralelismo entre la obra de los artistas españoles que la ciudad reunió y acogió en 1959, y el de sus coetáneos europeos y americanos”.
La antigua iglesia de Santa Cruz
La iglesia de Santa Cruz, declarada Bien de Interés Cultural en 2002, fue una de las primeras parroquias que hubo en Cuenca. Era una modesta construcción de una nave, de mampostería y con cubierta de madera. A mediados del siglo XVI, Juanes de Mendizábal el Viejo inició la reforma del templo y durante tres años estuvo al frente de la obra, pero el gran impulso lo recibió del obispo Fresneda, quien en 1568 encargó la remodelación del viejo edificio medieval a Francisco de Goycoa, arquitecto muy prestigioso en la ciudad y proveedor general de las obras del obispado. Como parece que era norma en él, no dirigió la obra personalmente sino que la puso en manos de Juanes de Mendizábal el Mozo, sobrino de Mendizábal el Viejo. Cuando Goycoa murió, el arquitecto Pedro de la Vaca introdujo algunas modificaciones en el proyecto, la más importante de las cuales fue dar mayor anchura a la nave.
Mendizábal el Mozo alzó los muros perimetrales, volteó unos arcos entre los contrafuertes y les adosó unas columnas de orden dórico, sustituidas por pilastras en el siglo XVIII. El edificio se cerró con un artesonado de madera que también en el siglo XVIII fue sustituido por una bóveda de medio cañón con lunetos en piedra de toba, aunque finalmente se derrumbaría a causa de la escasa solidez de los muros alzados en el siglo XVI.
La iglesia es de una sola nave, dividida en seis tramos por medio de contrafuertes con pilastras adosadas, y tiene ábside poligonal. La falta de espacio (la iglesia se asoma a la hoz del río Huécar) obligó a instalar la sacristía debajo de la capilla mayor. La portada es del siglo XVI y traza muy sencilla, con un arco de medio punto entre pilastras jónicas. El cuerpo alto, que tiene una hornacina entre dos “ces”, tan características del arquitecto Rodrigo Gil de Hontañón, debió de ser alterado en su disposición y su decoración. En el interior se han conservado restos de pintura del siglo XVIII.
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