Se encuentra en el valle del Pusa, río alimentado por los numerosos arroyos que discurren por su término. Desde principios de la década de 2000, gran parte del término municipal está incluida en el Parque Nacional de Cabañeros. Los Navalucillos es considerado la entrada norte del Parque Nacional.
En dirección sur, hacia el Parque, comienzan a aparecer cerros de mediana altura que acaban convertidos en grandes montes al sur del término, culminando en los 1.448 metros del pico Rocigalgo; en las faldas de éste, el río Pusa forma la cascada del Chorro.
Los "lucillos" (sarcófagos de piedra) son el legado arqueológico dejado por visigodos y mozárabes. De ahí el nombre de Navalucillos; "nava" proviene de tierra fértil y "lucillos" de los sarcófagos.
En el año 1492 con la expulsión de los judíos de España, muchos de ellos se asientan en estas tierras dejando como legado algunas costumbres que se conservan hasta el día de hoy.
El momento de mayor esplendor de la localidad fue el siglo XVIII cuya unión eclesiástica, lograda por el Cardenal Lorenzana, fue secundada por una unión administrativa de los dos Navalucillos, Navalucillos de Talavera y Navalucillos de Toledo. De ahí deriva el plural del nombre.
La localidad vive fundamentalmente de la agricultura, con grandes extensiones de olivos y cereales. También es importante la ganadería extensiva de cabras y ovejas y la cría de cerdos en ganadería intensiva. En la industria destaca la elaboración de embutidos caseros que gozan de gran renombre, así como quesos frescos y curados de exquisito sabor.
Entre sus monumentos, destacan la iglesia parroquial de San Sebastián, mudéjar sencillo del s. XV, y su plaza de toros, construida en 1919.
Las “luminarias chicas” del 17 de enero y, sobre todo, las “ luminarias” del 20 de enero (San Antón y San Sebastián respectivamente) son sus fiestas más importantes: las hogueras lucen en el pueblo hasta altas horas de la madrugada, durante unas jornadas llenas de bailes y jornadas gastronómicas de matanza.